Ciudadanía y discapacidad
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Ayer a las 19:58
EL CORREO DE BURGOS
Texto de la conferencia pronunciada en el Centro de Creación Contemporánea “Espacio Tangente”, de la ciudad de Burgos, el día 20 de marzo de 2010, en el transcurso de un acto público organizado por la Asociación Claudio de Burgos, en el que también intervino Víctor Villar.
Buenas tardes,
En primer lugar, me gustaría agradecer a la Asociación Claudio de Burgos, dedicada a trabajar para, por y con las personas con Parálisis Celebral con secuelas físicas, la oportunidad que me brinda al permitirme compartir hoy estos momentos de reflexión y debate con todas y todos los burgaleses que, a pesar del frío, os habéis acercado al salón de actos del Centro de Creación Contemporánea “Espacio Tangente”.
Saludar también a quienes nos ven a través de los diferentes medios y tecnologías de información y comunicaciones.
Asimismo, me gustaría dar también las gracias a quienes han hecho posible este evento: Mar Molpeceres y Víctor Villar, por cómo son y por todo lo que hacen. Verdaderos embajadores de un Burgos inesperado: de corazón castellano y mentalidad universal.
Gracias por participar en un acto de civismo militante. Militante, porque, sea cual sea vuestra opción a la hora de conducir la sensibilidad ideológica, más allá de los programas y las acciones de gobierno de los diferentes partidos políticos: acercarnos, conocer, analizar, debatir y reflexionar sobre la situación presente de la discapacidad, es, en sí mismo, un paso firme en el buen sentido; un paso hacia una sociedad más justa y ecuánime; hacia una sociedad más decente.
Y bien, puesto que por algún punto debía empezar a abordar la cuestión, decidí hacerlo no por el principio, sino por los Principios, aunque sólo sea para refrescar la memoria colectiva, porque, aunque parezca trivial, lo cierto es que algo tan cotidiano como el convivir y respetarnos, no está en absoluto alejado de la letra y el espíritu de los grandes textos:
Todos los seres humanos nacemos libres y diversos en identidad y circunstancias, pero iguales en dignidad y derechos, y, dotados como estamos de razón y conciencia, debemos coexistir y comportarnos fraternalmente, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Y todo eso, lejos de ser una mera declaración formal, lejos de ser un mantra o la expresión utópica de un puñado de adolescentes, ingenuos e idealistas; lejos de ser una vacía declaración-fetiche, para memorizar sin comprender... la simple afirmación de que nadie es más que nadie, constituye en realidad, el mejor punto de partida para comprender las circunstancias de algunas y algunos de nosotros, a quienes llevamos largos milenios empeñados en ignorar y excluir por comodidad, por costumbre, porque no son como nosotros, por ignorancia, por desdén, por suprestición, porque “eso a mi no me pasará”, porque “tenemos asuntos más importantes que atender”, porque “no hay presupuesto”, porque “es imposible”, porque “no pueden”...
En definitiva, porque llevamos demasiado tiempo creando una sociedad “sólo para algunos”, preferentemente: una sociedad para hombres caucásicos, de mediana edad, católicos, nacidos aquí, de “buena posición”, “gente de orden”, “normales” y con una familia “normal”.
A todo eso, cabe preguntar, qué significa “ser normal” y cuántos lo son.
El caso es que quizá no seamos normales, quizá nadie consiga serlo del todo, pero en cualquier caso, lo cierto es que todos tenemos derecho a tener derechos. Tenemos derechos, reconocidos o no, respetados o no, pero en cualquier caso: tenemos derechos y aquí estamos para reivindicarlos, para exigir lo nuestro, para todas y todos, contra nadie.
En el fondo, se trata de una idea sencilla, pero —literalmente— revolucionaria: la ciudadanía abarca a toda la Familia Humana. No hay una “sociedad sólo para algunos”, y por ello, a partir de aquí, debemos educar, legislar y actuar en consecuencia, tanto en la esfera pública como en lo particular: como parte de lo correcto, sin esperar mayor recompensa que la rotunda seguridad de formar parte de una Alianza de Civilizaciones que progresa en beneficio de todas y todos, sin excepción.
Vamos a ver, contextualicemos: no se trata de un mensaje de “paz y amor”, estilo “años 60”; no pretendemos adoctrinar o desadoctrinar en credo alguno; no somos una horda de come-flores que viven en comuna... sabemos muy bien en qué mundo habitamos, y por eso mismo, no estamos dispuestos a permanecer inmutables ante ningún tipo de discriminación, porque, el hecho es que —si lo pensamos bien—, cuando en algún lugar se comete un atropello a los derechos de una persona, de algún modo, se atropellan también nuestros derechos, porque la consolidación de la injusticia constituye una amenaza para nuestros propios derechos, por eso mismo, todas y todos tenemos la responsabilidad de contribuir a crear una sociedad plural e incluyente, integradora y respetuosa.
Cuando se vulneran los derechos de una persona, el desafío es contra los derechos de todas las personas; y ser directa y personalmente la víctima, no es tanto una cuestión de buena o mala suerte, como una simple cuestión de tiempo.
Dicho esto, sería bueno, como parte del proceso de análisis, acercarnos —siquiera por unos minutos—, a la realidad cotidiana de las personas con discapacidad, tanto motriz o de comunicación, como sensorial o intelectual.
Sería bueno, y de hecho es un inexcusable ejercicio de empatía, conceder más importancia a las circunstancias que rodean la vida diaria de las personas con algún tipo de discapacidad.
Por cierto: tener una discapacidad no convierte a una persona en un discapacitado; del mismo modo que yo soy una persona con calcetines pero no me gustaría que nadie redujera toda mi existencia vital al mero hecho de etiquetarme como a una “persona encalcetinada”. Antes y por encima de cualquier otra circunstancia, yo no soy mis calcetines... del mismo modo que nadie es una discapacidad.
Decía que convendría que todo el mundo —y muy en especial quienes ostentan alguna responsabilidad pública o pretenden presentarse como una alternativa de gobierno a considerar—, convendría que se acercaran a conocer el día a día de las personas con algún tipo de discapacidad.
Convendría que conocieran sobre el terreno, los problemas derivados de la pervivencia de barreras arquitectónicas, todavía en pleno año 2010; que conocieran los efectos sobre algunas personas, de las carencias de nuestro sistema educativo y la dejadez de la información institucional; que conocieran en propia piel, la brusquedad con guante de seda y la indefensión sistémica ante la discriminación laboral de las personas con discapacidad, acrecentada por pretextos absurdos como la Crisis Económica, como si esta fuera una razón de más para prescindir de los colectivos “menos normales”; convendría que conocieran el grado de incumplimiento de la legislación sobre dependencia; el grado de incumplimiento de la legislación en materia de igualdad de oportunidades; el grado de incumplimiento de la legislación sobre acceso a la cultura; que sintieran el efecto de la inacción en materia penal —en concreto, la falta de interés por actuar de oficio que reiteradamente viene demostrando la Fiscalía—; que conociera el desamparo judicial en el que se encuentran muchas personas, que se supone que tienen la misma dignidad y los mismos derechos que cualquier otra persona.
Es cierto es que en poco tiempo hemos avanzado mucho, pero no deberíamos permitir que eso nos desmovilice, como un bálsamo de “ya hemos cumplido”, porque todavía queda mucho por hacer:
Queda mucho por hacer ante los casos en los que se superponen varios tipos de discriminación sobre la misma persona con discapacidad. No lo olvidemos: en Matemáticas quizá sea de otro modo, pero en este caso, menos por menos, no es más, sino todo lo contrario. Así, cuando hablamos de Mujer y discapacidad; cuando hablamos de minorías por orientación sexual o identidad de género y además con discapacidad; cuando hablamos de migración y discapacidad; cuando hablamos de drogodependencia y discapacidad; de personas mayores y discapacidad, exclusión social y discapacidad... podemos ver hasta qué punto puede llegar a resultar inaccesible todo este tenderete consumista al que llenos de un orgullo equivocado, nos atrevemos a llamar “el Sistema”.
Sólo a través de la empatía y el conocimiento mutuo, seremos capaces de comprender con humildad y reconocer que en muchísimos casos, los efectos de los diversos tipos de discapacidad podrían casi desaparecer, si fuéramos capaces de adaptar la sociedad, para hacerla más incluyente y respetuosa con la diversidad de circunstancias presentes entre quienes la componen.
Queda mucho por hacer, para educar a la opinión pública en valores de respeto a la diversidad. Es preciso acometer campañas de comunicación institucional que sirvan para concienciar y sensibilizar a la ciudadanía en algo tan simple como la necesidad de respetarse a sí misma, sin exclusiones.
Queda mucho por hacer en materia de educación: es preciso incluir, revisar, ampliar y actualizar contenidos específicos en el currículo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, y además, introducir contenidos transversales en los planes de estudio de todos los cursos de la enseñanza: primaria, secundaria, superior y de postgrado.
Queda mucho por hacer en la supresión de todo tipo de barreras arquitectónicas, tanto a nivel urbano como en el medio rural, como mínimo, en el ámbito de las Administraciones Públicas.
Queda mucho por hacer para erradicar el lenguaje discriminatorio, para superar prejuicios y estereotipos insultantes y vejatorios, expresiones necesariamente injustas, que contribuyen a mantener vestigios de lo peor de los tiempos pasados.
La Edad Media quedó atrás, es preciso acabar con el fenómeno de la discriminación indiscriminada, y además, hacerlo desde una sinceridad que sólo puede proceder de la compensión razonada, sometida a crítica y dotada de argumentos contrastados en plena libertad.
No se trata de cambiar vejación por eufemismos, ni de implantar un lenguaje de lo políticamente correcto, edificado sobre la nada, en el que cuesta diferenciar entre falsa buena educación e hipocresía descarada... No. Lo que hace falta es aprender a respetar y reflejar ese respeto en el lenjuaje.
Por fortuna, cada día es más extraño leer o escuchar expresiones como: “sudaca”, “maricón”, “moro”, “invertido”, “señora de Pérez” ó “indiano”, y por desgracia, voces como: “minusválido”, “impedido”, “lisiado”, “tullido” o incluso “disminuído”, siguen muy presentes en la prensa impresa de tirada nacional, forman parte del texto de la legislación vigente y de hecho, por desgracia, siguen presentes en el vocabulario de personas que se reclaman instruidas.
Queda mucho por hacer en materia de políticas de igualación activa, entendida no como una “discriminación de nuevo cuño”, sino como la superación de una larga etapa de ignominia, en la que se pretendía sostener la falsa ilusión de que la sociedad no es como realmente es.
La Ley y el Estado deben garantizar la efectiva igualdad de oportunidades de las personas con discapacidad, para que puedan acceder a todos los niveles de la educación, para incorporarlas en la actividad laboral, en la Administración Pública y en los órganos de dirección de todo tipo de organizaciones democráticas, empezando por los partidos políticos, la Judicatura, las Cámaras Legislativas y el propio Gabinete de Gobierno.
Queda mucho, muchísimo por hacer, en materia de visibilidad. Esconder es, probablemente, la forma más cruel, cobarde y antidemocrática de perpetuar una situación injusta. Dicen que aquello de lo que no se informa, es como si jamás hubiera tenido lugar... ocultar abunda en la ignorancia, y esta conduce a la barbarie, al imperio de lo arbitrario.
Es importante que empecemos a ver a algunas de las capacitadísimas personas con discapacidad (que no solo las hay, sino que no hace falta ir muy lejos para encontrarlas), es importante que las empecemos a ver ocupando puestos de relevancia efectiva y proyección pública. Como hacer es la mejor forma de decir, ese será el modo más coherente de hacer llegar un mensaje muy claro a la población: no solo nadie es más que nadie, además, ninguna persona vale menos que otra. Porque las palabras están muy bien, pero la voluntad política se expresa en listas y presupuesto.
Porque una sociedad que no nos incluya a todas y todos, no es digna de ser llamada sociedad. Por eso, y porque cada persona constituye una minoría individual, llegamos a la conclusión de que el respeto a las minorías es la mejor garantía para los derechos del conjunto de la sociedad.
Queda mucho por hacer, pero con vuestra ayuda, sin duda, lo haremos.
Muchas gracias.
Cara Buat Denah Rumah
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Hace 5 años
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